viernes, 12 de febrero de 2021

Orwell y el Imperio de Maastricht

Con este titulo, empieza el libro del filósofo francés Michel Onfray: Teoría de la Dictadura. El propósito de Onfray es comparar la teoría orwelliana sobre la dictadura con el Tratado de la Unión Europea. En 1992, se firmó en Maastrich perteneciente a los Países Bajos, el acuerdo que uniría a los países europeos bajo tres pilares: las Comunidades Europeas y dos ámbitos de cooperación adicionales, es decir, Política Exterior y Seguridad Común. Para Onfray, dicho tratado sólo sustento que lo vendría a hacer una dictadura que ha tenido como base el idealismo y es estructuralismo francés. 

Lo que a continuación presento es el primer capítulo del libro, disfruten.

1

Orwell y el Imperio de Maastricht

 

Considero que el pensamiento político de George Orwell es uno de los más grandes. Está a la par de El Príncipe de Maquiavelo o el Discurso de la servidumbre voluntaria de La Boétie, el Leviatán de Hobbes o el Contrato Social de Rousseau. Orwell ayuda a pensar la política desde un punto de vista socialista y libertario. Pero como eligió la novela y la fábula para concretar sus ideas, los pensadores institucionales no lo toman en cuenta. La literatura lo deja en manos de los filósofos, los pensadores en manos de los literatos, así que a nadie le importa realmente. Mientras tanto, su obra se lee bajo el manto de los países privados de libertades.

Aparte de Camus, hay pocos pensadores cuyo socialismo libertario es francamente diferente del socialismo autoritario. Bakunin y Kropotkin, siendo buenos hegelianos de izquierda, efectivamente le están coqueteando a Marx, con referencia al poder los medios difieren, pero no en sus extremos. Para ellos, la realidad es más una idea. Se necesita un Proudhon para pensar en la izquierda sin caer en las garras marxistas. 1984 y La Granja también ayudan con esa función.

Leí esos dos últimos libros hace mucho tiempo. Rusia todavía era soviética; mi padre, que había experimentado la ocupación nazi en su pueblo natal, del que me había hablado durante mi infancia, todavía estaba vivo. Estos dos libros se referían a hitos distintos de la misma época: el totalitarismo nacionalsocialista y el totalitarismo marxista-leninista. Estos dos monstruos están muertos. Los libros de Orwell parecían haber perdido su actualidad. Pero desde hace tiempo ya habían hablado.

De la misma manera que La Peste, al que Barthes consideraba que llevaba el peso de la mula bolchevique, pero no el suficiente del burro nazi, podía parecer un libro antifascista porque se refería a los totalitarismos del momento, la obra política de Orwell podía hacer creer que caía al mismo tiempo que el Muro de Berlín.

Al final de La Peste Camus deja saber que ésta nunca desaparece realmente, que duerme con un solo ojo, que tarda poco en volver a estar activo y que las primeras ratas muertas aparecen de nuevo, señalando el retorno de la epidemia. La Peste fue un libro para explicar también el ayer, y esta es la genialidad de su autor, que ayuda a descifrar el hoy, el mañana, o incluso el pasado mañana. Orwell es uno de estos autores: piensa en un ayer que puede ser mañana y a veces resulta ser el hoy. Digámoslo de otra manera: es universal, porque propone una teoría de la dictadura.

Etimológicamente la teoría es una contemplación, una observación, un examen. En cuanto a la dictadura, debe ser repensada a un nuevo costo. Porque tuvo su época genealógica, la de Roma, en la que era una magistratura excepcional por la que se confiaba la autoridad a través de un cónsul mandado por el Senado a un hombre en un plazo determinado, nunca superior a seis meses, siempre que se encontrara en condiciones excepcionales y que se utilizaran todos los medios que se le ofrecieran para resolver el problema que le había llevado a investirse de esta autoridad suprema. Fue así como Sila recibió el mandato de restaurar la república.

Pero fueron sobre todo las dictaduras del siglo XX las que contribuyeron a una nueva tipología, aunque Genghis Khan en China en los siglos XII y XIII, Tamerlán en Uzbekistán y Kazajstán en los siglos XIV y XV, o Cromwell en Inglaterra en el siglo XVII, atestiguan que la dictadura es de todos los tiempos y en todos los continentes.

El siglo nuclear fue, en efecto, el siglo de las dictaduras, primero en su forma marxista-leninista, luego, en su forma nacional-socialista, reactiva pero al fin y al cabo su gemela. Prueba de esta hermanad es el pacto germano-soviético que celebró las bodas de estos dos monstruos totalitarios entre el 23 de agosto de 1939 y el 22 de junio de 1941. Debemos a Hannah Arendt un fino análisis de este fenómeno con Los Orígenes del Totalitarismo, una obra dura escrita en tres volúmenes publicada entre 1951 y 1983 - un análisis en el que el nombre de Orwell nunca aparece, ni en la obra ni en la correspondencia.

Me parece que nuestros tiempos post-totalitarios están alejados de algún nuevo tipo de totalitarismo. Al contrario. Esta forma política se mantiene a través de los siglos. Es dialéctica, plástica y toma diferentes formas con el tiempo.

La Alemania nazi murió en 1945, la Rusia soviética dio su último aliento en 1991, y las llamadas democracias populares del bloque oriental desaparecieron en el proceso. En lo que respecta a Europa, los dos totalitarismos que Orwell tenía en mente ya no existen. Sin embargo, Orwell imaginó más allá del tiempo histórico una forma pura de totalitarismo. 1984 y Rebelión en la Granja ofrecen dos oportunidades para hacerlo.

Resumo las tesis constitutivas de esta teoría de la dictadura. ¿Cómo podemos, hoy en día, establecer un nuevo tipo de dictadura?

He identificado siete características principales: destruir la libertad; empobrecer el lenguaje; abolir la verdad; suprimir la historia; negar la naturaleza; propagar el odio; aspirar al imperio. Cada una de estas características contiene momentos particulares.

Para destruir la libertad debemos: proporcionar vigilancia perpetua; arruinar la vida personal; suprimir la soledad; alegrarnos de las celebraciones obligatorias; estandarizar la opinión; denunciar el crimen a través del pensamiento.

Para empobrecer el lenguaje es necesario: practicar un nuevo idioma; utilizar un doble lenguaje; destruir palabras; oralizar el lenguaje; hablar un solo idioma; suprimir los clásicos.

Para abolir la verdad hay que: enseñar la ideología; instrumentalizar la prensa; propagar las noticias falsas; producir lo real.

Para abolir la historia, debemos: borrar el pasado; reescribir la historia; inventar la memoria; destruir los libros; industrializar la literatura.

Para negar la naturaleza, debemos: destruir el impulso de la vida; organizar la frustración sexual; higienizar la vida; procrear médicamente.

Para propagar el odio es necesario: crear un enemigo, fomentar las guerras, psiquiatrizar el pensamiento crítico, acabar con el último hombre.

Para aspirar a un imperio, es necesario: entrenar a los niños; administrar la oposición; gobernar con las élites; esclavizar a través del progreso; ocultar el poder.

¿Quién dirá que no estamos allí?

Y, si es así: ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Dónde?

*

El Occidente capitalista decide después de la guerra un programa imperialista que se impondrá en el continente europeo. La existencia del bloque soviético lo obliga a estructurarlo. La Guerra Fría es, por un tiempo, la forma que tomó esta lucha. Hasta la caída del marxismo-leninismo europeo, el 26 de diciembre de 1991, el Occidente capitalista se contuvo porque sabía que era posible una respuesta comunista. Ambos bloques se amenazan y acumulan armas nucleares mutuamente.

Lo que el General de Gaulle no permitió en 1945, es decir, el Gobierno Militar Aliado de los Territorios Ocupados (AMGOT) al que aspiraban los Estados Unidos, lo permitió la Europa de Jean Monnet.

En primer lugar, hay que señalar que el nombre en clave de los desembarcos aliados del 6 de junio de 1944 es Overlord (señor) y que la traducción francesa de esta palabra es..."suzerain" ¿Qué es un "suzerain"? La etimología testifica: la palabra implica una relación feudal de sumisión entre el señor que manda y su vasallo. El AMGOT designa, por supuesto, un país suzerain - los Estados Unidos - y un vasallo - Francia.

¿Qué era el programa AMGOT? Administrar el país mediante la reconversión de los prefectos vichyistes (partisanos del régimen de Vichy), porque eran anticomunistas, y por lo tanto confiables, para transformar a Francia en una provincia gobernada por los americanos. Los oficiales americanos e ingleses fueron entrenados en universidades para este propósito. La moneda fue echada al aire. De Gaulle dejo saber que no se trata de que los Estados Unidos administren Francia. Ganó su batalla el 23 de octubre de 1944, cuando el Gobierno Provisional de la República Francesa (GPRF) fue reconocido de jure por los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética. Aquí también Francia ganó una batalla, pero no ganó la guerra.

Para gobernar Francia, de Gaulle creó un mito: el de la Francia de la Resistencia, colaboradora en los márgenes. Esta fábula es el precio que hay que pagar para no tener que buscar piojos en las cabezas de los victimarios o de los colaboradores, como los comunistas durante los dos primeros años de la guerra, el tiempo que duró el pacto germano-soviético.

Una limpieza radical de los que estaban al lado de Vichy habría reducido a nada el stock de magistrados, abogados, periodistas, intelectuales, artistas, actores, industriales, académicos, escritores, editores, obispos, banqueros, abogados, militares...

Mientras de Gaulle permaneció en el poder, es decir hasta 1969, un poder galo comunista se repartió el pastel francés. A la izquierda comunista, la cultura; a la derecha gaullista, la economía y el regimiento. Fue el momento en que el PCF logró hacer olvidar sus dos años de gobierno colaboracionista creando su mitología del Partido de la Resistencia, el Partido de los Setenta y Cinco Mil Disparos y el Partido de los Héroes supuestamente antinazis del tipo Guy Môquet*.

Gracias a esta fábula, la izquierda comunista adquirió el monopolio cultural de la posguerra**. El mundo de la cultura tenía a Malraux en el ministerio de la rue de Valois; la presidencia de la República tenía a de Gaulle para asuntos serios. El PCF estaba en contra de la independencia argelina en la época de Sétif y Guelma en 1945, lo seguirá estando al votar por los poderes especiales en 1956, lo seguirá estando al oponerse al Manifiesto del 121 que llamaba a la insubordinación en septiembre de 1960; sólo se convertirá en partidario del FLN después de los acuerdos de Evian en 1962... ¡El mismo PCF estuvo en contra del aborto y de la contracepción porque no quería que las mujeres comunistas llevaran la misma vida de libertinaje que las mujeres burguesas! También está en contra del mayo del 68, que se refiere a los hijos e hijas de la burguesía cuando no se trataba de un desorden producido por un judío alemán... El tándem galo comunista defendió una nación francesa soberana. La idea de una Europa postnacional era impensable. El soberanismo no era un insulto entonces, sino el mínimo requerido para cualquier posible acción política. Mientras el General de Gaulle estuvo en el negocio, el plan americano de hacer de Europa una provincia americana no estaba en la agenda. Sino fue después de su desaparición del poder en 1969.

El mayo del 68 marcó el fin de la dominación galo-comunista que fue reemplazada por el tándem liberal-libertario. La filosofía de antes de mayo era globalmente marxista; la de después será estructuralista, luego deconstruccionista. Reemplaza la fórmula marxista prosoviética por una fórmula neoliberal atlantista. Si se quiere representar con una imagen: el Sartre normalista de la Crítica de la Razón Dialéctica (1962) que dejó de Gaulle dio paso a La Barbarie con rostro humano de Bernard-Henri Lévy (1977) que tanto encantó a Valéry Giscard d'Estaing…

El estructuralismo es uno de los avatares del platonismo para el cual la idea es más verdadera que la realidad. Es un borrón y cuenta nueva en lingüística y lenguaje con Barthes, en la antropología con Lévi-Strauss, en la psicología con Lacan, en la historia con Althusser, en la verdad con Derrida, en la sexualidad con Foucault, en la racionalidad con Deleuze.

El materialismo dialéctico se evapora a favor de un nihilismo deconstruccionista: el lenguaje es fascista; la civilización judeocristiana es relegada; el sujeto consciente desaparece bajo una inconsciencia literaria; las masas y el proletariado ya no hacen historia; a cada uno su verdad se convierte en la verdad; el margen sexual es la norma; el esquizofrénico proporciona el prototipo de la razón pura.

Estas son las normas del izquierdismo cultural en el que vivimos después de mayo del 68. ¿Cuál es su catecismo? Es necesario destruir el lenguaje falaz de los estereotipos de clase y de género; es necesario acelerar el proceso del colapso de la civilización judeocristiana y celebrar todo lo que trabaja para su pérdida; es necesario negar la naturaleza humana, la biología, la anatomía, la fisiología en nombre de un cuerpo conceptual decretado más verdadero que el cuerpo real; es necesario abolir la libertad, la elección, la responsabilidad individual en nombre de los determinismos sociales y sociológicos; es necesario dar a las minorías raciales, sexuales, culturales, religiosas el papel de autores de vanguardia de la Historia; es necesario acabar con la única verdad en beneficio de un perspectivismo en el que todo vale todo; es necesario pulverizar la figura patriarcal de la pareja monógama en beneficio de la mecánica glacial de los arreglos egoístas; es necesario cuestionar la razón razonable y razonadora y validar el discurso del método del loco.

La ideología estructuralista es una fuente de placer para los Estados Unidos. De hecho, es en los Estados Unidos donde este pensamiento se convierte en... ¡Teoría Francesa! El Tío Sam se alegró de este 1968 porque era crítico con el bloque soviético - que, por otra parte, desapareció en 1991... Aureolado por su prestigio obtenido en dos o tres campus del otro lado del Atlántico, volvió a Francia como ganador de una guerra de picnic. Independientemente de los juegos verbales de la teoría francesa, que se aleja del marxismo cultural, del comunismo político, de la revolución proletaria, de la amenaza soviética: es todo lo que le pedimos.

Es, además, todo lo que Giscard d'Estaing pide cuando hábilmente deja saber que los nuevos filósofos le interesan mucho. Después de una famosa actuación televisiva, un número de Apóstrofes con BHL, Glucskmann, Maurice Clavel y los autores contra la nueva filosofía, Aubral y Delcourt, pero también una increíble cobertura mediática, el presidente, que ahora es el presidente de la República Francesa invitó a BHL, Glucskmann y Clavel a un almuerzo en el Elíseo en septiembre de 1978. Por supuesto, estuvieron allí.

Giscard tiene ahora sus pensadores, el Giscardismo tiene sus ideólogos. Salvo un paréntesis entre 1981 y 1983, el giscardismo estuvo en el poder desde 1974 - nos acercamos al medio siglo... Triunfa hoy con los defensores del Estado Maastrichiano, que, no es de extrañar, lo son para muchos antiguos izquierdistas de mayo del 68: Daniel Cohn-Bendit, Alain Geismar, Serge July, Henri Weber, Romain Goupil, Lionel Jospin, Pierre Moscovici. El odio al gaullismo los une: es su única lealtad.

Esta ideología es, por lo tanto, una fuerza cuya forma es el estado de Maastricht. Europa es una vieja idea. El cristianismo lo quiso, la Revolución Francesa lo quiso, el Imperio Napoleónico lo quiso, el Marxismo-Leninismo lo quiso, el Nacional Socialismo lo quiso, cada vez con guerras que han derramado mucha sangre.

América también lo quería, anhelaba que fuera americano, por supuesto. El desembarco en Normandía, junto con el proyecto político del AMGOT, fue un caballo de Troya buscado por el General Giraud y por... Jean Monnet***. Mientras el General de Gaulle estuvo en el poder, se llego a pensar que Europa estaría formada por naciones soberanas.

Giscard d'Estaing siempre fue anti-Gaullista, por lo tanto, anti soberano. A él debemos, mientras fue Ministro de Hacienda del General, la certidumbre de que no votaría por el "Sí" en el referéndum de 1969 al que de Gaulle había hecho un plebiscito. Con la izquierda votando en contra, esta parte liberal, europeísta y atlantista de la derecha votando en contra, se escribió, incluso antes de que se conocieran los resultados, que el General de Gaulle dejaría el poder.

Al convertirse en presidente de la República, Giscard pronunció un discurso en inglés a sabiendas que la prensa extranjera estaría esa misma noche. Al estilo americano, así como Kennedy, que profanó la oficina, Giscard se mostró sin camisa en una piscina, jugando al fútbol, esquiando, con su esposa frente al fuego de una fogata para mandar sus saludos de Año Nuevo. Lo vemos tocando el acordeón con Danièle Gilbert, invitando condescendientemente a los basureros a su desayuno, invitándose a sí mismo a las casas de los franceses promedio para compartir su cena - todo frente a las cámaras.

Pero fue sobre todo su política la que marcó el comienzo del estado de Maastricht. Sentaba las bases de una Europa liberal que sería la que François Mitterrand, deseoso de pasar la píldora de su traición al socialismo con una ideología sustitutiva, reclamó con el Tratado de Maastricht en 1992.

Desde 1974, sin ninguna interrupción, salvo, repito, durante los pocos meses en que Mitterrand gobernó por la izquierda (entre su llegada al Palacio del Elíseo el 8 de mayo de 1981 y el 21 de marzo de 1983, fecha del llamado punto de inflexión), el Giscardismo ha ido haciendo ley con, en la vanguardia política, los antiguos izquierdistas convertidos a esta nueva religión de Estado que ayer se llamaban socialistas y que hoy se declaran progresistas para convencerse de que no han traicionado sus ideales y que siguen siendo fieles. Ahora, a la manera de Don Juan, intercambiando morenas y rubias no sin antes probar con una pelirroja, y regresando a las morenas, si han sido fieles, pero sólo a sí mismos.

En casi un cuarto de siglo, este estado de Maastricht se ha vuelto tan tóxico como los regímenes que alguna vez fueron apoyados por estos antiguos sesenta y ocho - en esto se han mantenido fieles: aman las formas políticas que mantienen a la gente con una correa.

Este tipo de hacer política se ha vendido usando métodos publicitarios, como si se tratara de propaganda. Todo el tiempo, los medios de comunicación públicos complementan a los medios de comunicación privados, Europa en Maastricht se presentó como la única forma posible de ser Europa; rechazar a la Europa liberal, porque era liberal y no porque era Europa, era rechazar Europa, todas las formas posibles, cualquier idea de Europa. Al mismo tiempo, era querer el nacionalismo del que nos habló François Mitterrand en el Bundestag alemán sin probar nunca que era la guerra. Sin embargo, hubiéramos apreciado, viniendo de este hombre que una vez fue un compañero de viaje en el Hood, condecorado con las mismas manos del Mariscal Pétain, y que castigó al lobby judío en presencia de Jean d'Ormesson durante su último almuerzo oficial en el Palacio del Elíseo, ¡qué razones y argumentos le permitieron afirmar que las naciones son el nacionalismo y el nacionalismo es la guerra! Porque la Primera Guerra Mundial no fue una guerra entre naciones, sino un conflicto mundial entre imperios, que no es lo mismo. Y los imperios son la guerra, ciertamente, mucho más seguramente que las naciones.

El contenido de la propaganda no se limitaba a presentar a Francia como una nación que tenía que morir antes de renacer en... ¡un nuevo estado dominado por Alemania! La intoxicación también consistió en hacer saber que la Europa de Maastricht significaría el fin del desempleo, el empleo seguro, la amistad entre los pueblos, la desaparición de las guerras, la prosperidad general, la armonización social desde arriba.

Un cuarto de siglo después, lo prometido no llegó e incluso se hizo lo contrario: empobrecimiento galopante, proliferación del racismo y el antisemitismo, participación en las guerras atlánticas en el resto del planeta, destrucción del equilibrio en el Cercano y Medio Oriente, colapso de los sistemas de protección social y del servicio público. Nunca una promesa ha sido tan traicionada.

El voto del "Sí" en Maastricht en 1992 fue muy reñido. Y sabemos hoy que el gran debate que enfrentó a Mitterrand el 3 de septiembre de 1992, el poseedor del "Sí", con Philippe Séguin, el defensor del "No", permitió al hombre que a veces fue apodado "el Florentino" demostrar que tenía a su Príncipe a su alcance. Estaba el escenario del gran anfiteatro de la Sorbona que se transmitía por televisión; y también estaba el backstage de este mismo gran teatro. El gran debate no se desarrollaba delante del público, frente a las cámaras, sino en el laberinto de este edificio donde François Mitterrand, debilitado por el cáncer, se había trasladado con su equipo médico que, refugiándose en un camerino, puerta oportunamente abierta, estaba ocupado a su alrededor en el momento del intermedio. No creeré que lo que se vio no se mostró: la Presidencia de la República tenía todos los medios a su disposición para hacer invisible lo que a sabiendas fue utilizado por el enfermo Jefe de Estado con fines políticos. Esta escena dantesca fue vista por Philippe Séguin quien, unos minutos más tarde, como Mitterrand tardaba en volver al escenario, volvió al ruedo aturdido por lo que había visto y, como resultado, aguantó sus golpes. Luego dejó que se supiera. Guillaume Durand, que moderó el debate, diría más tarde: Mitterrand "jugó parte de su vida política en esta aventura****".

La noche del referéndum, el 20 de septiembre de 1992, François Mitterrand, que era juez y parte de esta consulta en la que jugaba a lo grande, anunció el resultado después de que los institutos electorales hubieran guardado silencio, ¡después de las 8:00 pm! Desde el Palacio del Elíseo, el presidente de la República tomó la palabra y anunció un resultado: su voz permitió que el "Sí" se convirtiera en una adhesión soberana a la Historia... ¿Quién tenía los medios para hacer el recuento final, si no él, cuya vida atestigua que no tenía otra pasión fiel que la suya propia?

Concebida por liberales atlánticos, vendida por comunicadores alimentados con la botella ética de Séguela, subcontratada por periodistas e intelectuales del sistema en los medios de comunicación ad hoc, ya sean estatales o financiados por el Estado, atacada en un debate en el Horaces et des Curiaces por un opositor que se contuvo, defendido por un presidente de la República al que la moral nunca ha sofocado, la Europa de Maastricht fue llevada a una pila bautismal llena de agua sucia.

Durante más de dos décadas, esta Europa tuvo todos los poderes y todos los medios del sistema. Durante estos casi veinticinco años, la criminalización de todo pensamiento crítico ha continuado sin disminuir: Cualquiera que no suscribiera este proyecto de abolición de la soberanía de la nación en favor de un ideal que resultó ser una estafa a lo largo del tiempo era sociológicamente un paria, un anciano, un campesino, un estudiante universitario, un pobre, un analfabeto, y políticamente un nacionalista, un belicista, un racista, un xenófobo, y más tarde un homófobo, un populista, pero siempre un vichista, un petainista, un nazi.

El rey de los panfletos de esta camarilla fue sin duda BHL, que no escatimó esfuerzos, tiempo, energía y dinero. El triunfo del estado de Maastricht es el triunfo de los nuevos filósofos de la línea política liberal opuesta a una izquierda digna de ese nombre y del estructuralismo de la línea nihilista. Esta línea liberal-nihilista, más que liberal-libertaria, es sin duda la derrota de Sartre.

A pesar de este golpe ideológico en las escuelas, periódicos, medios de comunicación, publicaciones y vida política, La Maastricht europea ya no es un sueño hecho realidad. Y con razón: no se puede engañar a un pueblo por mucho tiempo, ya que terminan viendo la realidad en lugar de lo que se intenta hacerles creer. Ofrecieron el paraíso en 1992, por más de dos décadas, pero, como pueden ver, es un infierno.

La primera vez que se nos permitió dar nuestra opinión fue con un referéndum sobre el Tratado Constitucional Europeo el 29 de mayo de 2005 sobre la propuesta de Jacques Chirac. Conocemos la historia: el pueblo se expresó de forma soberana y el 54,68% del pueblo dijo que rechazaba este tratado.

Sin embargo, Chirac dejó el poder y Sarkozy lo reemplazó: hizo que la Asamblea Nacional y el Senado votaran -en contra del voto del pueblo- el Tratado de Lisboa que, según Giscard d'Estaing, es el mismo tratado que fue rechazado en 2005 con algunas modificaciones para dar el cambio*****, en particular el desplazamiento de los párrafos... Los Sarkozysts y el Partido Socialista, dirigido entonces por un tal François Hollande, votó en contra del pueblo. Esto fue un golpe de estado de los representantes elegidos contra el pueblo.

Decididamente, la Europa de Maastricht no se retrae de ningún medio para ser y durar: propaganda, mentiras, adoctrinamiento, calumnia, difamación, intoxicación, traición, más traición, falsificación, y luego, por último, no renuncia a los vicios antes mencionados, represión policial sin límites e invención de una presunción de culpabilidad para algunos manifestantes.

Porque no hay duda de que el movimiento de los chalecos amarillos, en su origen y en la mayor parte de sus reivindicaciones, que son conocidas y claramente identificables, manifiesta el retorno de la represión de Maastricht.

En este momento, hay un estado Maastrichtiano: tiene su bandera, su lema, su himno, su Constitución, sus representantes electos, su Parlamento, sus órganos de gobierno, su ley, sus leyes, su ideología liberal-nihilista. Este estado, que pretende prosperar, quiere empeorar y planea expandirse.

Los chalecos amarillos están hartos de este estado que les está haciendo pasar un mal rato. Pueden ver que Moloch es fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Están en las calles para expresar primero su sufrimiento y luego, ante la respuesta policial que el poder maastrichiano les ha dado durante meses, su ira, una ira que amenaza con hacer más daño del que ese poder parece imaginar.

El análisis de Orwell sobre la dictadura es útil para entender nuestro presente. Por lo tanto, también es útil para preparar nuestro futuro. Nos permite recordar que La Boétie señaló el único camino posible para aquellos que quieren acabar con una dictadura: "Resuelve no servir más, y serás libre".»


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

**Jacques Derrida: Un Ateo Encantado**

La relación entre Jacques Derrida y la religión ha sido objeto de numerosos debates. En esta entrada, se analizará el artículo *Derrida, un ...