Con este titulo, empieza el libro del filósofo francés Michel Onfray: Teoría de la Dictadura. El propósito de Onfray es comparar la teoría orwelliana sobre la dictadura con el Tratado de la Unión Europea. En 1992, se firmó en Maastrich perteneciente a los Países Bajos, el acuerdo que uniría a los países europeos bajo tres pilares: las Comunidades Europeas y dos ámbitos de cooperación adicionales, es decir, Política Exterior y Seguridad Común. Para Onfray, dicho tratado sólo sustento que lo vendría a hacer una dictadura que ha tenido como base el idealismo y es estructuralismo francés.
Lo que a continuación presento es el primer capítulo del libro, disfruten.
1
Orwell
y el Imperio de Maastricht
Considero que el pensamiento político de George Orwell
es uno de los más grandes. Está a la par de El Príncipe de Maquiavelo o el
Discurso de la servidumbre voluntaria de La Boétie, el Leviatán de Hobbes o el
Contrato Social de Rousseau. Orwell ayuda a pensar la política desde un punto
de vista socialista y libertario. Pero como eligió la novela y la fábula para concretar
sus ideas, los pensadores institucionales no lo toman en cuenta. La literatura
lo deja en manos de los filósofos, los pensadores en manos de los literatos,
así que a nadie le importa realmente. Mientras tanto, su obra se lee bajo el
manto de los países privados de libertades.
Aparte de Camus, hay pocos pensadores cuyo socialismo
libertario es francamente diferente del socialismo autoritario. Bakunin y
Kropotkin, siendo buenos hegelianos de izquierda, efectivamente le están coqueteando
a Marx, con referencia al poder los medios difieren, pero no en sus extremos.
Para ellos, la realidad es más una idea. Se necesita un Proudhon para pensar en
la izquierda sin caer en las garras marxistas. 1984 y La Granja también ayudan
con esa función.
Leí esos dos últimos libros hace mucho tiempo. Rusia
todavía era soviética; mi padre, que había experimentado la ocupación nazi en
su pueblo natal, del que me había hablado durante mi infancia, todavía estaba
vivo. Estos dos libros se referían a hitos distintos de la misma época: el totalitarismo
nacionalsocialista y el totalitarismo marxista-leninista. Estos dos monstruos
están muertos. Los libros de Orwell parecían haber perdido su actualidad. Pero
desde hace tiempo ya habían hablado.
De la misma manera que La Peste, al que Barthes
consideraba que llevaba el peso de la mula bolchevique, pero no el suficiente
del burro nazi, podía parecer un libro antifascista porque se refería a los
totalitarismos del momento, la obra política de Orwell podía hacer creer que
caía al mismo tiempo que el Muro de Berlín.
Al final de La Peste Camus deja saber que ésta nunca
desaparece realmente, que duerme con un solo ojo, que tarda poco en volver a estar
activo y que las primeras ratas muertas aparecen de nuevo, señalando el retorno
de la epidemia. La Peste fue un libro para explicar también el ayer, y esta es
la genialidad de su autor, que ayuda a descifrar el hoy, el mañana, o incluso el
pasado mañana. Orwell es uno de estos autores: piensa en un ayer que puede ser
mañana y a veces resulta ser el hoy. Digámoslo de otra manera: es universal,
porque propone una teoría de la dictadura.
Etimológicamente la teoría es una contemplación, una
observación, un examen. En cuanto a la dictadura, debe ser repensada a un nuevo
costo. Porque tuvo su época genealógica, la de Roma, en la que era una
magistratura excepcional por la que se confiaba la autoridad a través de un
cónsul mandado por el Senado a un hombre en un plazo determinado, nunca
superior a seis meses, siempre que se encontrara en condiciones excepcionales y
que se utilizaran todos los medios que se le ofrecieran para resolver el
problema que le había llevado a investirse de esta autoridad suprema. Fue así
como Sila recibió el mandato de restaurar la república.
Pero fueron sobre todo las dictaduras del siglo XX las
que contribuyeron a una nueva tipología, aunque Genghis Khan en China en los
siglos XII y XIII, Tamerlán en Uzbekistán y Kazajstán en los siglos XIV y XV, o
Cromwell en Inglaterra en el siglo XVII, atestiguan que la dictadura es de
todos los tiempos y en todos los continentes.
El siglo nuclear fue, en efecto, el siglo de las
dictaduras, primero en su forma marxista-leninista, luego, en su forma nacional-socialista,
reactiva pero al fin y al cabo su gemela. Prueba de esta hermanad es el pacto
germano-soviético que celebró las bodas de estos dos monstruos totalitarios
entre el 23 de agosto de 1939 y el 22 de junio de 1941. Debemos a Hannah Arendt
un fino análisis de este fenómeno con Los Orígenes del Totalitarismo, una obra dura
escrita en tres volúmenes publicada entre 1951 y 1983 - un análisis en el que
el nombre de Orwell nunca aparece, ni en la obra ni en la correspondencia.
Me parece que nuestros tiempos post-totalitarios están
alejados de algún nuevo tipo de totalitarismo. Al contrario. Esta forma
política se mantiene a través de los siglos. Es dialéctica, plástica y toma
diferentes formas con el tiempo.
La Alemania nazi murió en 1945, la Rusia soviética dio
su último aliento en 1991, y las llamadas democracias populares del bloque
oriental desaparecieron en el proceso. En lo que respecta a Europa, los dos
totalitarismos que Orwell tenía en mente ya no existen. Sin embargo, Orwell
imaginó más allá del tiempo histórico una forma pura de totalitarismo. 1984 y Rebelión
en la Granja ofrecen dos oportunidades para hacerlo.
Resumo las tesis constitutivas de esta teoría de la
dictadura. ¿Cómo podemos, hoy en día, establecer un nuevo tipo de dictadura?
He identificado siete características principales:
destruir la libertad; empobrecer el lenguaje; abolir la verdad; suprimir la
historia; negar la naturaleza; propagar el odio; aspirar al imperio. Cada una
de estas características contiene momentos particulares.
Para destruir la libertad debemos: proporcionar
vigilancia perpetua; arruinar la vida personal; suprimir la soledad; alegrarnos
de las celebraciones obligatorias; estandarizar la opinión; denunciar el crimen
a través del pensamiento.
Para empobrecer el lenguaje es necesario: practicar un
nuevo idioma; utilizar un doble lenguaje; destruir palabras; oralizar el
lenguaje; hablar un solo idioma; suprimir los clásicos.
Para abolir la verdad hay que: enseñar la ideología;
instrumentalizar la prensa; propagar las noticias falsas; producir lo real.
Para abolir la historia, debemos: borrar el pasado;
reescribir la historia; inventar la memoria; destruir los libros;
industrializar la literatura.
Para negar la naturaleza, debemos: destruir el impulso
de la vida; organizar la frustración sexual; higienizar la vida; procrear
médicamente.
Para propagar el odio es necesario: crear un enemigo,
fomentar las guerras, psiquiatrizar el pensamiento crítico, acabar con el
último hombre.
Para aspirar a un imperio, es necesario: entrenar a
los niños; administrar la oposición; gobernar con las élites; esclavizar a
través del progreso; ocultar el poder.
¿Quién dirá que no estamos allí?
Y, si es así: ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Dónde?
*
El Occidente capitalista decide después de la guerra
un programa imperialista que se impondrá en el continente europeo. La
existencia del bloque soviético lo obliga a estructurarlo. La Guerra Fría es,
por un tiempo, la forma que tomó esta lucha. Hasta la caída del
marxismo-leninismo europeo, el 26 de diciembre de 1991, el Occidente
capitalista se contuvo porque sabía que era posible una respuesta comunista.
Ambos bloques se amenazan y acumulan armas nucleares mutuamente.
Lo que el General de Gaulle no permitió en 1945, es
decir, el Gobierno Militar Aliado de los Territorios Ocupados (AMGOT) al que
aspiraban los Estados Unidos, lo permitió la Europa de Jean Monnet.
En primer lugar, hay que señalar que el nombre en
clave de los desembarcos aliados del 6 de junio de 1944 es Overlord (señor) y
que la traducción francesa de esta palabra es..."suzerain" ¿Qué es un
"suzerain"? La etimología testifica: la palabra implica una relación
feudal de sumisión entre el señor que manda y su vasallo. El AMGOT designa, por
supuesto, un país suzerain - los Estados Unidos - y un vasallo - Francia.
¿Qué era el programa AMGOT? Administrar el país
mediante la reconversión de los prefectos vichyistes (partisanos del régimen de
Vichy), porque eran anticomunistas, y por lo tanto confiables, para transformar
a Francia en una provincia gobernada por los americanos. Los oficiales
americanos e ingleses fueron entrenados en universidades para este propósito. La
moneda fue echada al aire. De Gaulle dejo saber que no se trata de que los
Estados Unidos administren Francia. Ganó su batalla el 23 de octubre de 1944,
cuando el Gobierno Provisional de la República Francesa (GPRF) fue reconocido de
jure por los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética. Aquí
también Francia ganó una batalla, pero no ganó la guerra.
Para gobernar Francia, de Gaulle creó un mito: el de
la Francia de la Resistencia, colaboradora en los márgenes. Esta fábula es el
precio que hay que pagar para no tener que buscar piojos en las cabezas de los
victimarios o de los colaboradores, como los comunistas durante los dos
primeros años de la guerra, el tiempo que duró el pacto germano-soviético.
Una limpieza radical de los que estaban al lado de
Vichy habría reducido a nada el stock de magistrados, abogados, periodistas,
intelectuales, artistas, actores, industriales, académicos, escritores, editores,
obispos, banqueros, abogados, militares...
Mientras de Gaulle permaneció en el poder, es decir
hasta 1969, un poder galo comunista se repartió el pastel francés. A la
izquierda comunista, la cultura; a la derecha gaullista, la economía y el
regimiento. Fue el momento en que el PCF logró hacer olvidar sus dos años de
gobierno colaboracionista creando su mitología del Partido de la Resistencia,
el Partido de los Setenta y Cinco Mil Disparos y el Partido de los Héroes
supuestamente antinazis del tipo Guy Môquet*.
Gracias a esta fábula, la izquierda comunista adquirió
el monopolio cultural de la posguerra**. El mundo de la cultura tenía a Malraux
en el ministerio de la rue de Valois; la presidencia de la República tenía a de
Gaulle para asuntos serios. El PCF estaba en contra de la independencia
argelina en la época de Sétif y Guelma en 1945, lo seguirá estando al votar por
los poderes especiales en 1956, lo seguirá estando al oponerse al Manifiesto
del 121 que llamaba a la insubordinación en septiembre de 1960; sólo se
convertirá en partidario del FLN después de los acuerdos de Evian en 1962...
¡El mismo PCF estuvo en contra del aborto y de la contracepción porque no quería
que las mujeres comunistas llevaran la misma vida de libertinaje que las mujeres
burguesas! También está en contra del mayo del 68, que se refiere a los hijos e
hijas de la burguesía cuando no se trataba de un desorden producido por un
judío alemán... El tándem galo comunista defendió una nación francesa soberana.
La idea de una Europa postnacional era impensable. El soberanismo no era un
insulto entonces, sino el mínimo requerido para cualquier posible acción
política. Mientras el General de Gaulle estuvo en el negocio, el plan americano
de hacer de Europa una provincia americana no estaba en la agenda. Sino fue
después de su desaparición del poder en 1969.
El mayo del 68 marcó el fin de la dominación galo-comunista
que fue reemplazada por el tándem liberal-libertario. La filosofía de antes de mayo
era globalmente marxista; la de después será estructuralista, luego
deconstruccionista. Reemplaza la fórmula marxista prosoviética por una fórmula
neoliberal atlantista. Si se quiere representar con una imagen: el Sartre
normalista de la Crítica de la Razón Dialéctica (1962) que dejó de Gaulle dio
paso a La Barbarie con rostro humano de Bernard-Henri Lévy (1977) que tanto
encantó a Valéry Giscard d'Estaing…
El estructuralismo es uno de los avatares del
platonismo para el cual la idea es más verdadera que la realidad. Es un borrón
y cuenta nueva en lingüística y lenguaje con Barthes, en la antropología con
Lévi-Strauss, en la psicología con Lacan, en la historia con Althusser, en la verdad
con Derrida, en la sexualidad con Foucault, en la racionalidad con Deleuze.
El materialismo dialéctico se evapora a favor de un
nihilismo deconstruccionista: el lenguaje es fascista; la civilización
judeocristiana es relegada; el sujeto consciente desaparece bajo una
inconsciencia literaria; las masas y el proletariado ya no hacen historia; a
cada uno su verdad se convierte en la verdad; el margen sexual es la norma; el
esquizofrénico proporciona el prototipo de la razón pura.
Estas son las normas del izquierdismo cultural en el
que vivimos después de mayo del 68. ¿Cuál es su catecismo? Es necesario
destruir el lenguaje falaz de los estereotipos de clase y de género; es
necesario acelerar el proceso del colapso de la civilización judeocristiana y
celebrar todo lo que trabaja para su pérdida; es necesario negar la naturaleza
humana, la biología, la anatomía, la fisiología en nombre de un cuerpo
conceptual decretado más verdadero que el cuerpo real; es necesario abolir la
libertad, la elección, la responsabilidad individual en nombre de los
determinismos sociales y sociológicos; es necesario dar a las minorías raciales,
sexuales, culturales, religiosas el papel de autores de vanguardia de la
Historia; es necesario acabar con la única verdad en beneficio de un
perspectivismo en el que todo vale todo; es necesario pulverizar la figura
patriarcal de la pareja monógama en beneficio de la mecánica glacial de los arreglos
egoístas; es necesario cuestionar la razón razonable y razonadora y validar el
discurso del método del loco.
La ideología estructuralista es una fuente de placer
para los Estados Unidos. De hecho, es en los Estados Unidos donde este
pensamiento se convierte en... ¡Teoría Francesa! El Tío Sam se alegró de este 1968
porque era crítico con el bloque soviético - que, por otra parte, desapareció
en 1991... Aureolado por su prestigio obtenido en dos o tres campus del otro
lado del Atlántico, volvió a Francia como ganador de una guerra de picnic.
Independientemente de los juegos verbales de la teoría francesa, que se aleja
del marxismo cultural, del comunismo político, de la revolución proletaria, de
la amenaza soviética: es todo lo que le pedimos.
Es, además, todo lo que Giscard d'Estaing pide cuando
hábilmente deja saber que los nuevos filósofos le interesan mucho. Después de
una famosa actuación televisiva, un número de Apóstrofes con BHL, Glucskmann,
Maurice Clavel y los autores contra la nueva filosofía, Aubral y Delcourt, pero
también una increíble cobertura mediática, el presidente, que ahora es el
presidente de la República Francesa invitó a BHL, Glucskmann y Clavel a un
almuerzo en el Elíseo en septiembre de 1978. Por supuesto, estuvieron allí.
Giscard tiene ahora sus pensadores, el Giscardismo
tiene sus ideólogos. Salvo un paréntesis entre 1981 y 1983, el giscardismo estuvo
en el poder desde 1974 - nos acercamos al medio siglo... Triunfa hoy con los
defensores del Estado Maastrichiano, que, no es de extrañar, lo son para muchos
antiguos izquierdistas de mayo del 68: Daniel Cohn-Bendit, Alain Geismar, Serge
July, Henri Weber, Romain Goupil, Lionel Jospin, Pierre Moscovici. El odio al
gaullismo los une: es su única lealtad.
Esta ideología es, por lo tanto, una fuerza cuya forma
es el estado de Maastricht. Europa es una vieja idea. El cristianismo lo quiso,
la Revolución Francesa lo quiso, el Imperio Napoleónico lo quiso, el
Marxismo-Leninismo lo quiso, el Nacional Socialismo lo quiso, cada vez con guerras
que han derramado mucha sangre.
América también lo quería, anhelaba que fuera
americano, por supuesto. El desembarco en Normandía, junto con el proyecto
político del AMGOT, fue un caballo de Troya buscado por el General Giraud y por...
Jean Monnet***. Mientras el General de Gaulle estuvo en el poder, se llego a
pensar que Europa estaría formada por naciones soberanas.
Giscard d'Estaing siempre fue anti-Gaullista, por lo tanto,
anti soberano. A él debemos, mientras fue Ministro de Hacienda del General, la certidumbre
de que no votaría por el "Sí" en el referéndum de 1969 al que de Gaulle
había hecho un plebiscito. Con la izquierda votando en contra, esta parte
liberal, europeísta y atlantista de la derecha votando en contra, se escribió,
incluso antes de que se conocieran los resultados, que el General de Gaulle
dejaría el poder.
Al convertirse en presidente de la República, Giscard
pronunció un discurso en inglés a sabiendas que la prensa extranjera estaría esa
misma noche. Al estilo americano, así como Kennedy, que profanó la oficina, Giscard
se mostró sin camisa en una piscina, jugando al fútbol, esquiando, con su
esposa frente al fuego de una fogata para mandar sus saludos de Año Nuevo. Lo
vemos tocando el acordeón con Danièle Gilbert, invitando condescendientemente a
los basureros a su desayuno, invitándose a sí mismo a las casas de los
franceses promedio para compartir su cena - todo frente a las cámaras.
Pero fue sobre todo su política la que marcó el
comienzo del estado de Maastricht. Sentaba las bases de una Europa liberal que
sería la que François Mitterrand, deseoso de pasar la píldora de su traición al
socialismo con una ideología sustitutiva, reclamó con el Tratado de Maastricht
en 1992.
Desde 1974, sin ninguna interrupción, salvo, repito,
durante los pocos meses en que Mitterrand gobernó por la izquierda (entre su
llegada al Palacio del Elíseo el 8 de mayo de 1981 y el 21 de marzo de 1983,
fecha del llamado punto de inflexión), el Giscardismo ha ido haciendo ley con,
en la vanguardia política, los antiguos izquierdistas convertidos a esta nueva
religión de Estado que ayer se llamaban socialistas y que hoy se declaran
progresistas para convencerse de que no han traicionado sus ideales y que siguen
siendo fieles. Ahora, a la manera de Don Juan, intercambiando morenas y rubias
no sin antes probar con una pelirroja, y regresando a las morenas, si han sido
fieles, pero sólo a sí mismos.
En casi un cuarto de siglo, este estado de Maastricht
se ha vuelto tan tóxico como los regímenes que alguna vez fueron apoyados por
estos antiguos sesenta y ocho - en esto se han mantenido fieles: aman las
formas políticas que mantienen a la gente con una correa.
Este tipo de hacer política se ha vendido usando métodos
publicitarios, como si se tratara de propaganda. Todo el tiempo, los medios de
comunicación públicos complementan a los medios de comunicación privados, Europa
en Maastricht se presentó como la única forma posible de ser Europa; rechazar a
la Europa liberal, porque era liberal y no porque era Europa, era rechazar
Europa, todas las formas posibles, cualquier idea de Europa. Al mismo tiempo,
era querer el nacionalismo del que nos habló François Mitterrand en el
Bundestag alemán sin probar nunca que era la guerra. Sin embargo, hubiéramos
apreciado, viniendo de este hombre que una vez fue un compañero de viaje en el
Hood, condecorado con las mismas manos del Mariscal Pétain, y que castigó al
lobby judío en presencia de Jean d'Ormesson durante su último almuerzo oficial
en el Palacio del Elíseo, ¡qué razones y argumentos le permitieron afirmar que
las naciones son el nacionalismo y el nacionalismo es la guerra! Porque la
Primera Guerra Mundial no fue una guerra entre naciones, sino un conflicto
mundial entre imperios, que no es lo mismo. Y los imperios son la guerra,
ciertamente, mucho más seguramente que las naciones.
El contenido de la propaganda no se limitaba a
presentar a Francia como una nación que tenía que morir antes de renacer en...
¡un nuevo estado dominado por Alemania! La intoxicación también consistió en
hacer saber que la Europa de Maastricht significaría el fin del desempleo, el
empleo seguro, la amistad entre los pueblos, la desaparición de las guerras, la
prosperidad general, la armonización social desde arriba.
Un cuarto de siglo después, lo prometido no llegó e
incluso se hizo lo contrario: empobrecimiento galopante, proliferación del
racismo y el antisemitismo, participación en las guerras atlánticas en el resto
del planeta, destrucción del equilibrio en el Cercano y Medio Oriente, colapso
de los sistemas de protección social y del servicio público. Nunca una promesa
ha sido tan traicionada.
El voto del "Sí" en Maastricht en 1992 fue
muy reñido. Y sabemos hoy que el gran debate que enfrentó a Mitterrand el 3 de
septiembre de 1992, el poseedor del "Sí", con Philippe Séguin, el
defensor del "No", permitió al hombre que a veces fue apodado
"el Florentino" demostrar que tenía a su Príncipe a su alcance.
Estaba el escenario del gran anfiteatro de la Sorbona que se transmitía por
televisión; y también estaba el backstage de este mismo gran teatro. El gran
debate no se desarrollaba delante del público, frente a las cámaras, sino en el
laberinto de este edificio donde François Mitterrand, debilitado por el cáncer,
se había trasladado con su equipo médico que, refugiándose en un camerino,
puerta oportunamente abierta, estaba ocupado a su alrededor en el momento del
intermedio. No creeré que lo que se vio no se mostró: la Presidencia de la
República tenía todos los medios a su disposición para hacer invisible lo que a
sabiendas fue utilizado por el enfermo Jefe de Estado con fines políticos. Esta
escena dantesca fue vista por Philippe Séguin quien, unos minutos más tarde,
como Mitterrand tardaba en volver al escenario, volvió al ruedo aturdido por lo
que había visto y, como resultado, aguantó sus golpes. Luego dejó que se
supiera. Guillaume Durand, que moderó el debate, diría más tarde: Mitterrand
"jugó parte de su vida política en esta aventura****".
La noche del referéndum, el 20 de septiembre de 1992,
François Mitterrand, que era juez y parte de esta consulta en la que jugaba a
lo grande, anunció el resultado después de que los institutos electorales
hubieran guardado silencio, ¡después de las 8:00 pm! Desde el Palacio del
Elíseo, el presidente de la República tomó la palabra y anunció un resultado:
su voz permitió que el "Sí" se convirtiera en una adhesión soberana a
la Historia... ¿Quién tenía los medios para hacer el recuento final, si no él,
cuya vida atestigua que no tenía otra pasión fiel que la suya propia?
Concebida por liberales atlánticos, vendida por
comunicadores alimentados con la botella ética de Séguela, subcontratada por
periodistas e intelectuales del sistema en los medios de comunicación ad hoc,
ya sean estatales o financiados por el Estado, atacada en un debate en el
Horaces et des Curiaces por un opositor que se contuvo, defendido por un presidente
de la República al que la moral nunca ha sofocado, la Europa de Maastricht fue
llevada a una pila bautismal llena de agua sucia.
Durante más de dos décadas, esta Europa tuvo todos los
poderes y todos los medios del sistema. Durante estos casi veinticinco años, la
criminalización de todo pensamiento crítico ha continuado sin disminuir:
Cualquiera que no suscribiera este proyecto de abolición de la soberanía de la
nación en favor de un ideal que resultó ser una estafa a lo largo del tiempo
era sociológicamente un paria, un anciano, un campesino, un estudiante
universitario, un pobre, un analfabeto, y políticamente un nacionalista, un belicista,
un racista, un xenófobo, y más tarde un homófobo, un populista, pero siempre un
vichista, un petainista, un nazi.
El rey de los panfletos de esta camarilla fue sin duda
BHL, que no escatimó esfuerzos, tiempo, energía y dinero. El triunfo del estado
de Maastricht es el triunfo de los nuevos filósofos de la línea política
liberal opuesta a una izquierda digna de ese nombre y del estructuralismo de la
línea nihilista. Esta línea liberal-nihilista, más que liberal-libertaria, es sin
duda la derrota de Sartre.
A pesar de este golpe ideológico en las escuelas,
periódicos, medios de comunicación, publicaciones y vida política, La Maastricht
europea ya no es un sueño hecho realidad. Y con razón: no se puede engañar a un
pueblo por mucho tiempo, ya que terminan viendo la realidad en lugar de lo que
se intenta hacerles creer. Ofrecieron el paraíso en 1992, por más de dos
décadas, pero, como pueden ver, es un infierno.
La primera vez que se nos permitió dar nuestra opinión
fue con un referéndum sobre el Tratado Constitucional Europeo el 29 de mayo de
2005 sobre la propuesta de Jacques Chirac. Conocemos la historia: el pueblo se
expresó de forma soberana y el 54,68% del pueblo dijo que rechazaba este
tratado.
Sin embargo, Chirac dejó el poder y Sarkozy lo
reemplazó: hizo que la Asamblea Nacional y el Senado votaran -en contra del
voto del pueblo- el Tratado de Lisboa que, según Giscard d'Estaing, es el mismo
tratado que fue rechazado en 2005 con algunas modificaciones para dar el
cambio*****, en particular el desplazamiento de los párrafos... Los Sarkozysts
y el Partido Socialista, dirigido entonces por un tal François Hollande, votó
en contra del pueblo. Esto fue un golpe de estado de los representantes
elegidos contra el pueblo.
Decididamente, la Europa de Maastricht no se retrae de
ningún medio para ser y durar: propaganda, mentiras, adoctrinamiento, calumnia,
difamación, intoxicación, traición, más traición, falsificación, y luego, por
último, no renuncia a los vicios antes mencionados, represión policial sin
límites e invención de una presunción de culpabilidad para algunos
manifestantes.
Porque no hay duda de que el movimiento de los
chalecos amarillos, en su origen y en la mayor parte de sus reivindicaciones,
que son conocidas y claramente identificables, manifiesta el retorno de la
represión de Maastricht.
En este momento, hay un estado Maastrichtiano: tiene
su bandera, su lema, su himno, su Constitución, sus representantes electos, su
Parlamento, sus órganos de gobierno, su ley, sus leyes, su ideología
liberal-nihilista. Este estado, que pretende prosperar, quiere empeorar y
planea expandirse.
Los chalecos amarillos están hartos de este estado que
les está haciendo pasar un mal rato. Pueden ver que Moloch es fuerte con los
débiles y débil con los fuertes. Están en las calles para expresar primero su
sufrimiento y luego, ante la respuesta policial que el poder maastrichiano les
ha dado durante meses, su ira, una ira que amenaza con hacer más daño del que
ese poder parece imaginar.
El análisis de Orwell sobre la dictadura es útil para
entender nuestro presente. Por lo tanto, también es útil para preparar nuestro
futuro. Nos permite recordar que La Boétie señaló el único camino posible para
aquellos que quieren acabar con una dictadura: "Resuelve no servir más, y
serás libre".»
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